En su último libro, Ideas en la ducha, el economista y periodista Sebastián Campanario cuenta su decepción cuando no pudo encontrar al creador de Coca-Cola Life, ya que detrás de la gaseosa endulzada con stevia que se desarrolló en la Argentina y se replicó en otros países hubo "un trabajo grupal que involucró a centros de innovación en todo el mundo".
Ante el éxito en los negocios, la tentación de atribuirle un papel excluyente a la capacidad personal siempre es grande, pero los buenos líderes no se olvidan de destacar el rol que jugaron los equipos de trabajo:
"Estoy convencido de que los éxitos son grupales y creo que siempre logré armar buenos grupos de trabajo que permitieron a las personas explotar su máximo potencial", cuenta Gustavo Domínguez, que a fines de los 90 se animó a dejar el mundo corporativo -había trabajado en el grupo Werthein y en Seagram's- para probar suerte con una vinoteca propia en Villa Gesell.
Después de vivir tres años en la costa, Domínguez volvió a Buenos Aires y creó su propia empresa de bebidas alcohólicas, Sabia, y en 2008 se la vendió a Campari. "Los líderes son necesarios y vale la pena seguirlos en la medida en que permitan el desarrollo de todas las personas y su objetivo no sea únicamente brillar. Como dice el tao: es más importante iluminar que brillar. Hay que formar a las personas para que ellas mismas puedan superarnos", propone Domínguez, que hoy es presidente de Campari Argentina.
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